Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

sábado, 19 de marzo de 2011

Conmociones vivenciales

No hay nada peor que llorar sin consuelo y, peor aun, por algo irremediable; como cuando se muere un ser querido, cuando nuestra amada pareja se casa con otr@, perdemos bienes y/o dinero o perdemos el transporte que nos llevaría, a tiempo, a una reunión importantísima e impostergable. Ciertamente que a nadie le gusta llorar pero todos hemos llorado, a veces por asuntos baladíes y otras, como lo referimos, por causas irremediables. De todos los motivos que pudieran existir, los peores se circunscriben al hecho que nosotros tuvimos que ver, directamente, con dicho desenlace; o dicho más claramente cuando fuimos nosotros, directamente o indirectamente, los causantes de dicho desenlace. Hay dos maneras de recibir los sufrimientos que causan llanto y dolor, y estas maneras están determinadas por nuestra relación con Dios. En este punto hay una dicotomía que nos lleva, indudablemente, al grupo de personas que tienen una relación con Dios, por un lado y a las que no lo tienen, por el otro. De la misma manera que establecemos la diferenciación de los grupos, de ese mismo modo, también, existe la posibilidad real de recibir consuelo verdadero. El consuelo verdadero, no por ser verdadero, tiene qué o debe consolar, no; porque encontramos dos fuentes diferentes de consuelo y dos sujetos receptores del mismo.


Si evocamos cualquier tipo de tragedia, casi de manera axiomática veremos que, quienes la padecieron, pertenecen a uno de los dos grupos; al de los que creen en Dios y al de los que no creen. También no sería raro que hubieran quienes perdieron las mismas cosas y que a la vez pertenezcan a uno de estos dos diferentes grupos. Como quiera que sea que perdieron casi lo mismo, imaginemos que, por un caso fortuito (que no siempre es tan fortuito), reciban el consuelo de las mismas personas. Aquel que no tiene a Dios y las recibe, tiene como remitente, exclusivamente, a quien se las dio; no así el que tiene a Dios en su corazón porque recibirá el consuelo de quienes se lo dieron y de aquel que lo propició en sus corazones. Esta "pequeña" diferencia que, por cierto, no es pequeña, encierra en si misma todo un mundo sensaciones que redundan en el alivio del pesar, en el caso del creyente y en el agravamiento del mismo, en el caso del no creyente.


Isaías 66:13
Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.

Job 6:10
Sería aún mi consuelo, Si me asaltase con dolor sin dar más tregua, Que yo no he escondido las palabras del Santo.

Ezequiel 14:22
Sin embargo, he aquí quedará en ella un remanente, hijos e hijas, que serán llevados fuera; he aquí que ellos vendrán a vosotros, y veréis su camino y sus hechos, y seréis consolados del mal que hice venir sobre Jerusalén, de todas las cosas que traje sobre ella.



Lo mejor de todo es que, aunque parece que nuestro mal no tiene remedio, tarde o temprano el consuelo de Dios alcanza a propios y extraños, de modo que todos somos consolados por Dios, aunque no creamos en Él. Al venir el consuelo de Dios, muchos son los que salen de su contrición (porque contrición causa el dolor y la pena), para seguir cometiendo, con avidez, todo tipo de desenfreno. Algunos, hemos de reconocerlo, se inclinan a creer en Dios después de padecer una tragedia, cualquiera que esta sea. Todos sabemos que, cuestiones que aparentemente son de carácter nimio para algunos, son en realidad, todo un mundo para otros. Del mismo modo, cosas que son verdaderas catástrofes, son tomadas por algunos como si nada hubiera pasado. Pero Dios conoce, perfectamente, la medida de cada cual y según esto hará escarmiento de quien lo merece, según la necesidad de cada uno. Cuánto amor.


Hay quienes, después de muchos años de pecados, fracasos y duras pruebas, se encarrilan por la senda del bien. Otros, "mueren en su ley", acarreando para sí condenación. A algunos nos basta mirar la naturaleza para comprender la existencia de Dios en nuestras vidas; otros, en cambio, necesitan de conmociones vivenciales, de diferentes grados, para finalmente decir: ".......verdaderamente Dios existe.......", como cuando el centurión, al pie de la cruz de Cristo y después de muerto este, dijo: ".......Marcos 15:39
Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios......." No debemos esperar que, por ejemplo, se tenga que morir nuestro hijo de 24 años, para recién tener que reconocer que fue tremendamente malo haber sido un adúltero consuetudinario.......Los quiero mucho.......