Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Los que son aprobados



Una de las cosas más reprobables, dentro del cristianismo, es una fe enferma que basa sus presuposiciones teológicas en opiniones personales antes que en las escrituras.
No podemos negar que existan las opiniones personales en referencia a temas bíblicos, es más, pienso que son, hasta cierto punto, saludables, porque obligan al entorno a la reflexión; por lo menos eso se espera.

Uno de los problemas de los líderes eclesiásticos es que, la mayor de las veces, no exponen públicamente dichas opiniones sino que las practican abiertamente como si fueran cosa juzgada o dogma que debiera seguirse; y, si las exponen, lo hacen dogmáticamente, esperando que todos los demás las sigan, sin importar los resultados.
En Primera de Corintios 3, podemos ver, claramente, el significado de las opiniones y hacia dónde nos conducen cuando se esgrimen con el fin de atacar. Si bien es cierto que tenemos el derecho de la sobreedificación no es menos cierto que no podemos imponérsela a nadie, por más buena voluntad que tengamos. La sobreedificación es de carácter personal y puede ser provechosa, como no; pero si la sobreedificación excede lo personal, puede afectar a la Iglesia parcial o totalmente. Dios nos dice que la sobreedificación será probada por fuego, de manera que, podríamos practicarla en nuestro entorno y en nuestra congregación, pero no debemos tratar, de ninguna manera, de imponerla a toda la Iglesia en su conjunto, sino hasta que sea del conocimiento público de todos y todos se pongan de acuerdo que la idea expuesta es para el beneficio de todos y nos sirve. Peor aún si, por causa de la sobreedificación, rompemos la comunión con congregaciones enteras.

Hay grupos de congregaciones que, teniendo el mismo fundamento, tienen diferentes prácticas; lo triste de esta realidad es que, por causa de la práctica diferente -no pecaminosa- rompen la comunión -lo cual si es un pecado-  y forman "partidos" cuando Dios nos llama a la unidad. ¿Qué quiere decir esto? Que por encima de nuestras diferencias conceptuales sobre la interpretación de la Palabra de Dios, debe prevalecer la unidad, y esto se logra, evidentemente, con amor. Amor para considerar las opiniones de los demás y para dejar que existan sobreedificaciones sin quebrantar ni la doctrina ni la comunión. Ser muy cautos en no apoyar, de manera belicosa, ningún tipo de opinión “…….porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios…….” como lo dice Pablo en Santiago 1:20.

Debemos practicar la amonestación pública con los que causan divisiones porque, hemos de recordar, tenemos un evangelio que fue defendido con la sangre preciosa del Autor de la vida y, si aquel que nos precedió fue tan valiente ¿Hemos de amilanarnos frente al que grita y vocifera su punto de vista? De ninguna manera, antes bien presentaremos lucha “…….con mansedumbre y reverencia.......” como también lo dice Pedro en: 1 Pedro 3:15 “…….sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros…….”

No creamos, ni pensemos,ni asumamos que los que deben prevalecer son los que hablan más fuerte, o los que tienen "poder" o preeminencia dentro de la Iglesia, no; los que deben prevalecer son los justos que, con justicia y equidad, asumen sus responsabilidades dentro de la congregación sin esperar retribución alguna, solo la venia de Dios.

Es precisamente, en este punto, donde los débiles nos hacemos más fuertes como dijo Pablo en 2 Corintios 12:10: “…….Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte…….”

 Tampoco asumamos que nuestros enemigos, en este tipo de cosas, son nuestros hermanos, no; siempre debemos tener presente que el enemigo es el tremendo diablo que ha cogido, de una o de otra manera, al hermano que, por alguna razón, actúa desacertadamente.

Si uno o muchos hermanos asumen posiciones intransigentes e irreconciliables, es evidente que estamos frente a un sima; pero nuestro Señor nos dice  que habrán oposiciones y altercados y que en ellos sobresaldrán los que son aprobados. Eso lo vemos en 1 Corintios 11:19 que dice: “…….Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados…….” Finalmente hay que humillarse los unos a los otros, para dar paso a la reconciliación, después de una riña.

La sanidad de la fe tiene mucho que ver con el alimento espiritual que consumimos y el trabajo que realizamos a favor de ejercitar las facultades que vamos adquiriendo.
No podemos ni debemos ser, solamente, “intelectuales” del cristianismo sino que debemos practicar y ejercitarnos en la consecución de aquello que hemos aprendido y debemos hacerlo sin temor.

Muchas veces hay quienes les da "vergüenza" o les da "cosa" increpar al hermano que se desvía de la fe; ¡¿POR QUÉ?! El llamar la atención a alguien, en la Iglesia, no es una opción, es una obligación y si alguien reacciona de manera inapropiada, tenemos instancias bíblicas que nos impelen a actuar de manera decidida y justa, según Dios; Hagámoslo. Si alguien nos sale con alguna pachotada porque le llamamos la atención, no hay que huir de la confrontación, hay que poner el pecho en el nombre de Cristo y aunque tengamos que sufrir la muerte por ello -qué privilegio- no nos acobardemos, porque sino, satán gana.

Recordemos también que hay instancias en las que se nos dice que reprendamos duramente a quien se lo merece: En Tito 1:13 se nos dice: “…….Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe…….” Recordemos también que, nuestro proceder, contra los que andan desordenadamente dentro de la Iglesia, debe ser, básicamente, una expresión de nuestro amor a nuestro prójimo. No permitamos jamás que, por causa de este tipo de confrontaciones, nazcan raíces de amargura que estropearán nuestras relaciones. Es aceptable indignarse contra los que cometen exabruptos dentro de la Iglesia, pero es muy preferible esperar, el sosegarnos ,antes de emprender cualquier acción. Nunca dejemos de amar, aun cuando tengamos que alejarnos de ellos o ellos de nosotros. También tenemos que tener la costumbre de ser vigilantes y atentos a los dictados del Espíritu Santo y nunca hacer conjeturas de ninguna especie si no está Dios en control; no hacerlo puede significar nuestro descalabro.
Los quiero mucho.
El señor Dios, todopoderoso, los bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro señor Jesucristo, quien vive y reina en nuestros corazones hasta el fin…….