Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

lunes, 11 de octubre de 2010

“.......pesadumbre de su padre.......”


Aunque no todos somos padres, todos somos hijos. Habemos hijos buenos e hijos malos. Dentro de los malos y como un sinónimo, están los necios. De necio dice la RAE cuatro acepciones a saber: necio, cia.
(Del lat. nescĭus).
1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s.
2. adj. Imprudente o falto de razón. U. t. c. s.
3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s.
4. adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.
a necias.
1. loc. adv. neciamente.
Esto pinta, por entero, el espíritu de quien lo es. Esta categoría de malo es, sobremanera, mala; porque no solamente afecta a quien lo es, sino a quienes lo quieren y es por eso que en Proverbios 17:25 dice: “.......El hijo necio es pesadumbre de su padre y amargura a la que lo dio a luz.......” y esto nos habla de la proyección de las consecuencias de serlo. Dicha afección, tan directa, virtualmente no tiene solución sino en Cristo Jesús y resulta ser, su persistencia, peor que una piedra en el zapato que nos pudiera mortificar de por vida. ¿Qué hacer frente a esta contingencia?
Todo depende del cuidado que le pongamos a la educación de nuestros hijos para que esta sea, en todo sentido, una educación cristiana. No todos pueden ofrecer este tipo de educación, sin embargo, es la mejor garantía para que nosotros, como padres, no tengamos pesares o amarguras por “colaborar en la educación” de un hijo necio. La necedad es el producto de la forja consuetudinaria del mal hábito de hacer, siempre, cosas malas. En esto es necesario tener mucho cuidado porque llega un momento en el cual, Dios, retira de la persona la conciencia, es decir, ya no la asiste más en el discernimiento del bien y del mal sino que la entrega a su propia concupiscencia para que cometa, con avidez, toda suerte de mal. La persona se vuelve en un necio irreversible. Alguien quien ya no tiene remedio.
Una vez conocí a una persona que me dijo que era ininputable delante de la ley. Yo lo reconocí porque, no hacía mucho, había salido fotografiado en un reportaje de una revista popular de mi país. En ella se estipulaba los delitos en los que había incurrido, que iban desde asalto a mano armada hasta asesinatos. Los jueces lo habían declarado ininputable; es decir, una persona a la que no se le puede atribuir ningún delito porque su condición psíquica era la de alguien que no podia diferenciar entre el bien y el mal. Algo así como tener “patente de corso” para hacer el mal. Un ser temible; pero la condición a la cual llegó, es de su responsabilidad. Él fue niño como todos, es decir, fue inocente como todos nosotros y también, como nosotros, pecó por primera vez, pero nunca paró y Dios lo degradó.
El necio no nace, el necio se hace. No es como el idiota, el oligofrénico o el mongoloide, no. Llegar a ser necio es una de las cosas más vergonzosas que le puede pasar a un ser humano y decirle necio a alguien (bien sea que lo sea o no) es un insulto de grueso calibre que no se lo deseo ni a mi peor enemigo; sin embargo, si es necesario decirle necio a alguien para traerlo a corrección, por ese motivo, se lo tenemos que decir. Quién sabe si mañana, más tarde, recapacite de su mal camino y torne sus ojos hacia Dios como alguna vez lo hicimos nosotros, los cristianos. Sería muy importante que, si nos reconocemos como necios delante de Dios; también pensemos en nuestros progenitores porque a ellos les estamos causando, principalmente, el pesar y la amargura por causa de nuestros actos inconcientes.  Dios existe y su hijo Jesús aboga por nosotros para que tengamos una vida de gloria en su presencia por la eternidad. No desperdiciemos esta oferta de estar a su lado compartiendo su señorío para siempre.


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