La dicha de saber que tenemos un Dios que
permanecerá para siempre nos embarga de esperanza cuando estamos en un proceso de sufrimiento por cualquier causa. Bien sea que estemos enfermos, de duelo, atribulados, en
apuros, perseguidos o derribados. A pesar de encontrarnos en cualquiera de estas circunstancias, o en
otras parecidas, nuestra esperanza de ver a Dios no mengua porque sabemos que
todas esas circunstancias adolecen de la temporalidad de la vida terrenal, es
decir, son finitas; no así el sufrimiento eterno de la condenación a la cual
están designados todos aquellos que han practicado el pecado hasta la muerte. En
contraposición a ello el trono de Jehová permanece para siempre y está
reservado para su pueblo, el mantenerse con Él, por la eternidad.
Al final del concierto de lamentaciones,
en el libro de Lamentaciones, hay una voz de esperanza que nos infunde ánimo a
los que creemos en Dios, no así a los que no creen; porque hay quienes escuchan
dicha voz y no son inducidos a nada porque viven bajo el sino del pecado y la
desesperanza. En Cristo Jesús es en quien encontramos
la solución del conflicto mundial por el existencialismo. El hombre, por
naturaleza, quiere vivir tranquilo, sosegado, con bienestar y cuando no alcanza
ese buen estado se vuelve irracional, temperamental, irresoluto. La esperanza
de tener un Dios por la eternidad se cumple, entre otros muchos pasajes, en
Lamentaciones 5:19 que dice: “…….Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre; Tu
trono de generación en generación…….” Tener esta seguridad nos genera absoluta
confianza.
Los que no creen en Dios deben de entender
que nosotros, los que sí creemos, estuvimos en el mismo estado en el que ahora
se encuentran ellos y muchas veces, peor; de manera que sabemos, perfectamente,
lo que significa estar sin Dios. Es por eso que nos duele en el alma que tengan
que sufrir las consecuencias de sus pecados porque nosotros también las
sufrimos. Si pudiesen escamotear la responsabilidad de pertenecer a Dios, no
podrán escapar de la condenación eterna, que sobre ellos se cierne, desde que empezaron a pecar y esta condenación no se detendrá porque en ella Dios se ha
comprometido a hacernos justicia porque, al no correr nosotros con ellos en sus
disoluciones, nos hemos constreñido del mundo.
Nos hemos “privado del gozo de pecar”
porque hemos doblegado a la carne, para dar paso al espíritu y esto a sabiendas
que el pecado causa placer, según la inclinación de cada cual y que no hay
comisión de pecado sin placer, aunque después nos arrepintamos del mismo. Si el
pecado no conllevase, en su comisión, placer; entonces nadie pecaría y si el
pecado, en sí mismo, nos llevase a una satisfacción perpetua, también
dejaríamos de pecar. El hombre peca una y otra vez porque el placer de pecar se
diluye ipso facto, después de cometido el exabrupto. Otra cosa es el placer de
tener comunión con Dios a sabiendas, también, que la eternidad de gloria es
millones de veces mejor que todos los placeres mundanos juntos…….
Los quiero mucho. Que Dios, todopoderoso,
los bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro señor
Jesucristo, quien vive y reina en nuestros corazones hasta el fin…….
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