Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

martes, 1 de noviembre de 2011

Venidos a menos.



Cuando cualquier persona es venida a menos, lo es por causa de que, por algún avatar de la vida, es colocada por debajo de la consideración que de esta se tenía dentro de su comunidad y/o sociedad. Frente a este tipo de circunstancia, dependiendo de nuestra interrelación con ella y/o de la constitución de nuestro corazón, tendremos algún tipo de reacción que, indefectiblemente, se ha de circunscribir entre la indiferencia olímpica y la absoluta solicitud por restaurarla al lugar de donde cayó, pasando por la conmiseración verbal o mental, que por ende, banal; al no resolver absolutamente nada. Es probable que, casi todos, hayamos escuchado y hasta quizá hayamos dicho, a penas, un “…….si pues, qué pena…….” Cuando escuchamos que algún conocido ha caído en alguna desgracia. Es muy cierto que no podamos hacer, absolutamente nada, por nuestros semejantes, en algunas circunstancias; pero en aquellas en las que podemos dar, aunque sea una palabra de consuelo es importantísimo el hacerlo para no caer en descrédito delante de Dios y volvernos en amantes platónicos o de pacotilla.
Bien nos dice Juanito en 1 Juan 3:18: “…….Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad…….” Esto requiere resoluciones que nos conduzcan a la acción directa, vanguardista y militante; dejamos de ser cristianos intelectuales para constituirnos en lo que Dios quiere y anhela de nosotros; que seamos personas dispuestas a dar su vida por los demás como Cristo lo hizo por nosotros. Marcos 10:45 nos dice: “…….Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos…….”
En esta circunstancia, ninguna mejor lección de amor al prójimo que la prodigada por Jesucristo con “el buen samaritano” en Lucas 10:25-37. Lo primero que podemos ver, en aquella lección, es la intención de aquel intérprete de la ley de justificarse delante de Jesús y de los demás, haciéndose el morlaco, cuando le pregunta para justificarse (como si no supiera): “…….¿Y quién es mi prójimo?.......” Lo lamentable en nuestros tiempos, es que existan personas que ni siquiera se hacen la tal conjetura; en otras palabras, hay gente que vive su vida y la palabra “prójimo” ni siquiera figura en su diccionario, por lo menos para efectos de prodigar amor.
Más lamentable aun, es cuando esta situación la vemos dentro de la Iglesia. Sucede cuando cualquier hermano es traído a menos, por cualquier circunstancia y, la mayor de las veces, la gran mayoría ni se inmuta ante la presencia de aquel prójimo y lo relega a un segundo plano. El conocimiento de cualquier adversidad que pueda acontecer a quien sea, tiene una motivación que nos atañe y esta se refiere, casi siempre, al deseo de Dios de brindarnos una oportunidad de fomentar el crecimiento de nuestra misericordia hacia los demás. Nunca debemos soslayar este tipo de oportunidades que nos son ofrecidas por Dios para hacer el bien; ya que una vez perdida, la misma no regresará. Junto con esa negativa acarreamos la tristeza de Dios porque, al negarnos a hacer el bien, pecamos; como dice Santiago 4:17: “…….y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado…….” Todos podemos recordar aquella frase popular: “…….pero yo no le hago mal a nadie…….” Ahora sabemos que no solamente es necesario dejar de hacer el mal sino que hay que hacer el bien. La identificación de nuestro prójimo no debe ser solamente un ejercicio intelectual sino que debe ser práctico. Muchas veces podemos hacer el bien a nuestro prójimo sin ni siquiera conocerlo; como cuando, por ejemplo, cerramos la cañería que derrama agua en un lugar público, cuando recogemos unas piedras que obstruyen un camino o cuando sembramos un árbol en un parque. La repercusión mundial que pudiera tener que cada uno de los seres humanos, de este mundo, amara a su prójimo como a sí mismo; establecería un parangón, sin precedentes, en la historia de la humanidad. Para comenzar se acabarían las guerras en el mundo y nadie se moriría de hambre. Todos viviríamos en armonía y se acabaría el egoísmo, la delincuencia, las enfermedades serían combatidas, todos nos haríamos regalos los unos a los otros. Los amaneceres serían más esplendorosos y el universo cantaría con nosotros la gloria de Dios. ¿Por qué algo tan sencillo se nos escapa de las manos? Dejar de hacer lo malo y empezar a hacer lo bueno no requiere de mayores esfuerzos porque tenemos la ayuda del Espíritu Santo de Dios que nos asistiría desde el primer momento. Puedo entender que nos equivoquemos en el intento de hacer lo mejor por la vida y puedo entender que nos equivoquemos una y otra y otra vez, durante años; pero es incomprensible que existan personas que se equivocan hasta el fin de sus días y no tienen justificación que así lo hagan porque, de ninguna manera podemos escamotear nuestra responsabilidad frente a Dios. La conciencia que Dios nos ha dado a todos es la que nos justificará o nos condenará porque Dios habla a través de ella, aunque al hombre no le guste ni le haga caso.  Dice Pablito en Romanos 2:15 “…….mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos…….” La obra de la ley está escrita en los corazones de todos los hombres; sin excepción. Si una persona razona que va a hacer un mal, y lo hace, ese razonamiento lo condena delante de Dios.
No es posible que existan personas que hagan el mal hasta su último suspiro y no tengan consecuencias la comisión de sus pecados. Cualquier nimio razonamiento humano, sobre nuestras malas acciones, nos llevará, indefectiblemente,  a la conclusión que no es posible salirse con las suyas sin pagar las consecuencias de una vida de disolución. ¿A qué juegan los que mal hacen en esta vida? ¿Se burlarán de Dios eternamente? ciertamente que no; finalmente sus pecados los alcanzarán, tarde o temprano. Dios es supremamente bueno y misericordioso, pero también es soberanamente justo y no permitirá que el malo prevalezca.
Reflexionemos acerca del amor o desamor que prodigamos a nuestro prójimo porque vamos a rendir cuentas de nuestros actos delante de Dios.
Que Dios bendiga su palabra en todos Uds. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Los quiero mucho…….

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