Una exposición del mensaje de Dios ".......para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia......." a toda persona que desee ponerse, humildemente, a los pies de Dios para conocerlo, experimentar el perdón de sus pecados, convertirse en su hijo y gozar las bondades de su salvación esperando su retorno.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan




La reflexión se titula: “Dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” y está en el evangelio de Lucas, capítulo 11, versículo 13 que dice: “…….Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?.......” Cristo habla sobre la oración en Lucas 11, desde el versículo 1 al versículo 13 y en este último versículo nos asegura que recibiremos el Espíritu Santo de Dios, si lo pedimos en oración. Tener el Espíritu Santo en nosotros, es conformarnos a la voluntad de Dios, la cual es agradable y perfecta, como lo dice Romanos 12:2: “….No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta…….” Todos participamos de la presencia de Dios en nuestras vidas cuando fuimos niños. Esa es la razón por la que el hombre evoca la niñez con nostalgia; pero, consciente o inconscientemente, lo hace porque en ella tuvimos la gloria de andar a nuestras anchas sin ningún tipo de problemas. Simplemente, no conocíamos la diferencia entre el bien y el mal. Virtualmente, todo lo hacíamos bien, porque estábamos en las manos de Dios y su Espíritu Santo nos guiaba. No es que el hombre quiera volver a ser niño físicamente, lo que el hombre anhela es estar, espiritualmente, como cuando éramos niños, es decir, sin culpa y en la gracia de Dios. Todos dejamos de ser niños de Dios alrededor de los 12 años porque, estando en la gracia de Dios, de pronto la sombra del diablo nos cubrió y nos envolvió con su tentación y pecamos. Cuando cometimos nuestro primer pecado, nuestro pecado original; arruinamos nuestra relación con Dios, la estropeamos, la rompimos, la vilipendiamos y en ese mismo instante, nos relacionamos con el diablo; pasamos de ser hijos de Dios, a ser hijos del diablo. Nos hicimos desgraciados, perdimos la gracia de Dios. Las cosas cambian cuando perdemos la gracia de Dios; pero no aquilatamos, en su verdadera dimensión, la terrible desgracia en la que caímos. Algunos, después de su primer pecado, entran en una vorágine de pecados interminable, otros pecan a veces, otros casi no pecan, invariablemente todos nos desgraciamos. Sin embargo y para nuestro bien, el Espíritu Santo de Dios nos acompaña a través de la conciencia y es a través de ella, que trata de guiarnos para que regresemos a su seno nuevamente. Nos hace ver si lo que hacemos, es bueno o malo. Cuando Dios nos dice, por medio de la conciencia, que aquello que vamos a hacer es malo y nosotros lo hacemos; pecamos. Si Dios nos impulsa a que hagamos algo bueno y no lo hacemos; también pecamos. Santiago 4:17 dice: “…….y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado…….”. Todos escuchamos la voz de Dios desde niños, pero no todos la obedecemos. Unos la obedecen desde jóvenes, otros cuando son adultos, otros cuando son viejos y otros nunca la obedecen. El anhelo de tener el Espíritu de Dios con uno, aumenta en nosotros, en la medida en que nosotros queremos conocer más y más a nuestro Señor, porque tratando de conocerlo y al Él revelarse a nosotros, hace que nos deslumbremos de su gloria y en ese deslumbramiento es cuando más lo deseamos y es entonces que rogamos a Dios que esté con nosotros a través de su Espíritu Santo. Dios siempre nos escucha y nos guía en la medida en que nosotros nos allanamos a sus dictados. Santiago 4:8 nos dice: “…….Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones…….” Si nos alejamos de Dios, debemos ser nosotros los que volvamos a Él, como cuando éramos niños. Cristo dijo: “…….De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos……” Volverse es regresar del mal camino en que andamos y hacerse como niños es arrepentirnos de nuestros pecados para ser perdonados; si no hay arrepentimiento no hay perdón. Después de haber sido perdonados, sometiéndonos al bautismo (porque el bautismo, es para el perdón de los pecados), el Espíritu de Dios vuelve a entrar en nosotros como cuando éramos niños y desde ahí nos acompañará hasta la muerte, si perseveramos. Cuando Santiago nos dice que nos acerquemos a Dios y que Él se acercará a nosotros, nos dice que, por cada paso que nosotros demos hacia Dios, el también dará uno hacia nosotros. Cuando lo encontramos, cuando estamos frente a frente con Dios y lo sentimos en toda su plenitud, lo que queremos es ser uno con Él y lo somos cuando nos conformamos a su voluntad, la cual, como sabemos, es agradable y perfecta. Está más cerca el día que nos reunamos con Él en las nubes, en el aire, para estar para siempre con Él. Lo dice  Primera a los Tesalonicenses, 4:17: “…….Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos (los resucitados en Cristo) en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor…….” Cristo nos compara con Dios en eso de dar y recibir, como padres e hijos, con lo que nos asegura que Dios tiene la disposición de darnos todo lo que le pidamos; si lo pedimos bien, no para nuestros deleites. De todas las cosas que podamos pedir a Dios en oración, la mejor es la del don del Espíritu Santo. Todos hemos caído y no hay nadie que no haya caído, con excepción de Jesucristo. Cuando pecamos, caímos de la gracia de Dios, dejamos de ser niños al cuidado de Dios; Dios dejó de cuidarnos porque lo ofendimos con nuestro primer pecado, con nuestro pecado original. A partir de ese momento, Dios empieza a actuar en nuestra conciencia (sin excepciones). Esto lo hace porque, después de nuestro primer pecado, podemos diferenciar entre el bien y el mal, ya no somos niños y nos responsabilizamos de nuestros actos. Es en esta Tierra donde tomamos la decisión de seguir a Dios o al diablo. No hay medias tintas ni un tercer personaje a quien podamos servir. O servimos al bien o servimos al mal. Nosotros, en términos generales, decidimos lo que vamos a hacer, sea bueno o malo y asumimos las consecuencias. Las escrituras dicen que somos semejantes a Dios y eso se hace evidente con el poder de decidir entre lo bueno y lo malo. Nuestro Señor Jesucristo, es la culminación del esfuerzo de Dios, de atraer para sí, las almas de los perdidos, para perdonarles sus pecados y concederles su Espíritu Santo, preservándolos del mal. En Él tenemos la guía segura para un final feliz. El llamado es constante, diario, en todo momento y en todo lugar en donde el hombre está y la recomendación de Jesucristo, de orar pidiendo que el Espíritu Santo viva en nosotros, es la mejor. La infalibilidad de Dios influenciando nuestros actos, es una garantía para andar sin pecar. No en vano somos santos, por obra y gracia de nuestro Dios en Jesucristo. Reflexionemos, cuando escuchamos su palabra exhortándonos a que hagamos lo bueno y dejemos de hacer lo malo; si la rechazamos, lo rechazamos a Él y si lo rechazamos a Él, lo rechazamos a Dios. Los quiero mucho. El Señor Dios todopoderoso, los bendiga rica y abundantemente en el nombre precioso de nuestro Señor Jesucristo.


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